El daño cerebral adquirido (DCA) es un tipo de daño cerebral que sucede de manera súbita, imprevista y que marca un antes y un después en la vida de una persona y de su entorno. Los accidentes vasculares (como los ictus) y traumatismos craneoencefálicos son, actualmente, los DCA más habituales.
Los familiares de las personas que han sufrido un daño cerebral sobrevenido son, normalmente, los cuidadores principales en su proceso de rehabilitación cognitiva. Durante este proceso, los cuidadores de los familiares están expuestos a cambios psicológicos y vivenciales sobre si mismos y sobre el mundo que los rodea.
Algunos de estos cambios son positivos. Muchos familiares nos cuentan cómo ha cambiado su manera de entender de la vida, y sobre todo de vivir más plenamente. Estas experiencias les ayudan a comprender mejor lo que valoran de sus vidas, el por qué y aumentan su solidaridad y gratitud en su día a día.
Aún así, existen otros cambios que pueden aparecer al vivir intensamente el sufrimiento de un ser querido, la incertidumbre de las estancias en los hospitales y el primer intento de negación de lo ocurrido. Estas situaciones agudas fuerzan nuestros mecanismos de empatía y provocan el nacimiento de una preocupación por ellos, a la vez que una necesidad de cuidar de ellos y sentirse responsable. La empatía es la capacidad de identificarse con el otro, de comprenderle y poder llegar a sentir su padecimiento o su alegría.
Este proceso se va tejiendo con el tiempo y los momentos vividos con nuestros seres queridos. El sentido de obligación y de responsabilidad de cuidar del familiar puede llevar a sentirse estresado, obligado, desesperado o deprimido.
Este tipo de vivencias suele incidir más negativamente en aquellas personas que tienden a guardarse las emociones, a no comunicar, a evitar problemas o a echarle la culpa a los demás. Aunque en mayor o menor medida, hace a los cuidadores vulnerables.
Es posible que durante el proceso de hospitalización la incertidumbre y los días largos desarrollen un sentimiento de desesperanza, de falta de motivación o incluso de falta de ganas de vivir.
Los síntomas más comunes suelen ser:
-Dificultades para sentirse bien
-Dificultades para gestionar las emociones
-Dificultades para comunicarse y expresar lo que se siente
-Dificultad para tomar decisiones
-Dolores de cabeza, musculares, de estómago
-Tristeza
-Irritabilidad
-Desesperanza
Las 3 palabras mágicas:
1. Evadirse: alejarse de todo física y mentalmente, tomarse tiempo para leer, meditar, ver una película, hablar de otras cosas que no sean problemas.
2. Descansar: durante la semana dormir las horas que nos permitan descansar, los días de fiesta no tener horarios, hacer actividades relajantes como: ver pasar las nubes, hacer una siesta, pedir a un amigo o pareja que nos haga un masaje, etc…
3. Divertirse: hacer actividades que nos hagan reír o que nos permitan aliviar nuestra angustia, compartir historias divertidas con familiares o amigos, jugar con los niños pequeños, estar activo físicamente.
Algunas ideas para vivir la vida propia:
–Apoyarse en los amigos y la familia
-Prestar atención a los pequeños detalles positivos del día a día (la atención de los profesionales, una sonrisa o una palabra bonita, los niños pequeños de la familia)
-Celebrar los momentos felices y llorar en momentos tristes
-Identificar momentos y pensamientos negativos
-Realizar actividades enriquecedoras (dar un paseo, tomarse un rato para tomar un café sin pensar en las obligaciones, hacer deporte o lo que nos apetezca)
-Continuar normalmente con el día a día (trabajo, tareas de casa, visitas médicas)
-IMPRESCINDIBLE: guardar un espacio para uno mismo, para cuidarse, reflexionar y conectar con lo que nos sucede, tanto positivo como negativo
Y si la situación se nos va de las manos, pedir ayuda profesional urgentemente. Los profesionales que nos dedicamos al daño cerebral, especialmente el psicólogo, te podemos ayudar. No olvidéis que es muy importante saber cuidar de uno mismo para poder cuidar de los demás.
Amalia Muñoz
Neurospicóloga de Neuroespai