Según Wikipedia: el suicidio es el acto por el que un individuo, deliberadamente, se provoca la muerte.
Cuando pronunciamos la palabra “suicidio” nos sorprendemos a nosotros mismos diciéndola, automáticamente podemos tener la sensación de estar haciendo algo mal y puede que incluso bajemos el tono de voz. Eso si llegamos a pronunciar la palabra. A veces, los psicólogos usamos eufemismos tipo: “hacerte daño”, “hacer tonterías”, “algo de lo que te pudieras arrepentir”, entre otros, porque el suicidio, siempre ha sido y continúa siendo un tabú en nuestra sociedad.
Si sorprende pronunciar la palabra suicidio, sorprende aún más la cantidad de información disponible en internet sobre métodos y formas de llevarlo a cabo. Hay muchos foros y páginas web que hablan sobre el suicidio y muchas personas -la mayoría personas jóvenes- que buscan en las redes posibles formas de suicidarse. El sociólogo Émile Durkheim dice en su libro “El suicidio” que los suicidios son fenómenos individuales que responden esencialmente a causas sociales. Ciertamente, el suicidio es un síntoma de la sociedad. Hay muchas taxonomías acerca del suicidio: la religiosa, la psiquiátrica, la psicoanalítica, la sociológica, la ética, etc. Podemos pensar que cada estamento tiene su visión acerca del suicidio pero lo que sabemos seguro es que el suicidio esconde detrás de sí sufrimiento físico y/o psicológico.
Recientemente nos hemos encontrado con una noticia que ha sacudido los medios de comunicación y nos ha tenido pendientes de nuevas informaciones durante días: El avión de Germanwings cuyo co-piloto lo estrelló en los Alpes supuestamente de manera voluntaria con él y 149 personas más a bordo. Lo más coherente es pensar que cuando sucede algo así es un accidente. Nadie en su “sano juicio” querría hacerlo de manera intencionada, pensamos. Esto abre el debate eterno sobre el cuestionamiento del juicio humano como factor de regulación entre la vida y la muerte.
Nadie puede saber lo que pasaba por la cabeza del co-piloto en esos momentos. Podemos inferir, a partir de las informaciones de los medios de comunicación, que este caso concretamente no es sólo un suicidio, se trata, además, de un presunto homicidio. Y digo presunto porque es lo correcto legalmente y porque aunque se enjuiciara esta causa, nadie va a devolver a las víctimas y el supuesto culpable tampoco cumpliría su correspondiente condena. Yo me imagino que el co-piloto había ido forjando la idea de suicidio a lo largo de los años, había buscado ayuda pero no había sabido encontrar su camino y habría encontrado en el suicidio una salida a su desgracia vital. Lo simbólico de este caso, es llevarse la vida de 149 personas con él. Para mi, detrás de esto hay mucho odio hacia el ser humano, hacia sí mismo y unas ganas infinitas de venganza, de querer trasladar su sufrimiento como ser humano a otros seres humanos. En un afán, bastante inútil en mi opinión, de hacer sufrir a otras personas por su propio sufrimiento.
Se está debatiendo sobre la detección del suicidio y este debate es un tema estrella entre psicólogos desde siempre. ¿Podemos saber si una persona quiere suicidarse? ¿Podemos saber si una persona lo ha intentado alguna vez? ¿Podemos saber -si quiera- si una persona que dice que quiere hacerlo, lo hará?. Se abren muchas preguntas que podrían contestarse eternamente con otras preguntas, muchas veces sin respuesta. Lo que seguro que podemos hacer desde YA es preguntar, llanamente, directamente, sin tabús ni rodeos: “¿Alguna vez has pensado en suicidarte?”
El suicidio es un acto -presuntamente- voluntario que nace en el pensamiento. Difícilmente se puede entender como un acto improvisado si no más bien como un suceso que nace de una idea –que podemos haber tenido todos en algún momento de nuestras vidas- que se va elaborando a medida que van produciéndose eventos vitales, que se empieza a planificar, y esa idea va tomando sentido y forma hasta que se decide llevarla a cabo. Es decir, el suicidio tiene que entenderse como un acto planificado que depende de muchos factores, como por ejemplo:
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Aislamiento y soledad, con pérdida de apoyo y lazos sociales.
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Abuso de sustancias.
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Presencia de conductas suicidas (fantasías, ideación, amenazas, intentos y/o equivalentes).
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Presencia de heteroagresividad (fantasías de homicidio, conductas agresivas y violentas hacia otros). Cuando la manifestación externa se ve bloqueada de alguna forma, estos impulsos destructivos se vuelven contra sí mismo.
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Dificultades familiares serias (abandono, rechazo, divorcios etc.).
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Escasa empatía por parte de de los familiares, poca comprensión y conciencia de la situación de peligro y serias dificultades para contenerlo emocionalmente.
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No evolución favorable de una enfermedad psiquiátrica (cronicidad).
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Estados depresivos.
La presencia o ausencia de cualquiera de estos factores de forma aislada no podrían nunca justificar un acto suicida, ni individual, ni colectivo ni altruista. Hay que tener en cuenta que la valoración de estos factores se hacen en el momento de una entrevista clínica y que son válidas en ese preciso momento. No hay forma de saber ni siquiera si al día siguiente a una valoración que no detecte factores de riesgo suicida, se puede producir algún cambio en la vida de esa persona que modifique la presencia o ausencia de dichos factores. Al mismo tiempo que el hecho de que estén presentes en ese mismo momento no significa forzosamente que vayan a estar presentes in eternum.
Yo creo que debatir sobre las valoraciones de la intención suicida, en este caso, es una pérdida de tiempo. Lo que creo sinceramente que hubiese podido evitar la catástrofe es que los sistemas de salud y de trámites de baja laboral estuvieran conectados con las grandes empresas o, al menos, con aquellas empresas que ponen a su cargo y responsabilidad la vida de otras personas. Si en el momento que un médico emite una baja laboral a un paciente, su empresa queda avisada en su sistema, nos ahorramos muchos trámites y daños colaterales. En este caso, Germanwings habría conocido el estado de incapacitación temporal de su empleado, le habría tenido que sustituir por otro empleado y no le hubiese permitido volar, desde el primer día de baja. Ya que está de moda el trabajo multidisciplinar, pongámoslo en práctica, por favor.
Seguramente nunca lleguemos a conocer al detalle los misterios de la supuesta “depresión” del co-piloto, ni de su manera de entender el mundo, ni de lo que suponía para él su propia vida ni la vida de los demás, ni de aquellas informaciones que nos servirían para comprender mejor su decisión. Lo que sí conocemos es todas las consecuencias que acarrean estos actos, especialmente para los familiares de las víctimas y todas aquellas acciones que se van a llevar a cabo para tratar de evitar que una catástrofe así se vuelva a repetir. Mientras, nos gustaría agradecer infinitamente a aquellos compañeros psicólogos que han acompañado y ofrecen apoyo a los familiares de las víctimas y a darles ánimos para seguir adelante. Muchos ánimos a los compañeros, a los sanitarios, a los forenses, a los servicios de seguridad y emergencias, y especialmente, a las personas afectadas por este suceso. Sabemos que cuando existe intencionalidad en la muerte de una o de muchas personas, entenderla y superarla es más costoso. Los familiares de las víctimas y las personas allegadas tienen derecho a liberarse de su rabia, odio, pena, tristeza y desesperación por la pérdida de su ser querido. El resto estamos consternados por lo ocurrido, pero que esta tragedia sirva para mejorar un poco más el mundo en que vivimos y no para refugiarnos en la desconfianza como protección ante el maquiavelismo humano.
Recordemos que el ser humano puede ser artífice de lo más cruel y atroz que podemos vivir, pero también de lo más maravilloso que existe en nuestro pequeño gran mundo.
Amalia Muñoz (Psicóloga y Neuropsicóloga Neuroespai)