El ser humano ha desarrollado a lo largo de la historia dos necesidades fundamentales: una es encontrar y mantener la conexión con otros seres humanos y la otra (muy unida a la primera) es evitar el rechazo. Se trata de dos necesidades muy potentes porque son ancestrales y nos han sido imprescindibles para la supervivencia de la especie. Si pensamos en la vida hace miles y cientos de miles de años, era imposible sobrevivir a no ser que estuviéramos muy unidos a la tribu o el clan. Conectar, unirse, pertenecer a un grupo era una garantía de alimentación, protección, cobijo y repoblación. Esta conducta tan instintiva desarrolló asimismo una gran arma: si no te conformabas, te rechazarían. Y esta amenaza nos ha acompañado por los siglos de los siglos en un sinfín de formas (grupales, sociales, religiosas, familiares…).
De alguna forma, hemos convertido esta necesidad de evitar el rechazo en un miedo: el miedo a ser rechazados, y el miedo a ser rechazados daña nuestra habilidad para estar conectados con los demás, vaya.
Para entender lo que significa no dejar que nadie te dañe gratuitamente, me gusta explicar la siguiente historia. Es un cuento popular zen:
“Cerca de Tokio vivía un gran samurai, ya anciano, que se dedicaba a enseñar el budismo zen a los jóvenes. A pesar de su edad, corría la leyenda de que aún era capaz de derrotar a cualquier adversario.
Cierta tarde, un guerrero, conocido por su total falta de escrúpulos, apareció por el pueblo. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación: esperaba que su adversario hiciera el primer movimiento y, dotado de una inteligencia privilegiada para captar los errores cometidos, contraatacaba con velocidad fulminante.
El joven e impaciente guerrero jamás había perdido una batalla. Conociendo la reputación del samurai, estaba allí para derrotarlo y aumentar así su fama.
Todos los estudiantes se manifestaron en contra de la idea, pero el viejo aceptó el desafío.
Fueron todos hasta la plaza del pueblo, y el joven comenzó a insultar al viejo maestro. Le tiró piedras, le escupió a la cara, gritó todos los insultos conocidos, ofendiendo incluso a sus antepasados.. Durante horas y horas hizo todo lo posible para provocarlo, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, sintiéndose ya exhausto y humillado, el impetuoso guerrero se retiró, perdiendo la batalla.
Decepcionados por el hecho de que su maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los alumnos le preguntaron:
– ¿Cómo ha podido usted soportar tanta humillación? ¿Por qué no usó su espada, aún sabiendo que podía perder la lucha, en vez de mostrarse cobarde ante todos nosotros?
El maestro les dijo: – Si alguien se acerca a tí con un regalo, y tú no lo aceptas, ¿a quién pertenece el regalo? preguntó el samurai.
– A quien intentó entregarlo – respondió uno de los discípulos.
– Pues lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos – dijo el maestro. – Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los cargaba consigo.”
No es fácil permanecer impasible ante provocaciones e insultos, pero este cuento representa el primer paso para superar el miedo a ser rechazados. No dejes que nadie diga cosas que te dañen, no dejes entrar los insultos. Si no te pertenecen a ti, ¿para qué quedártelos?
En el próximo blog te explicaremos algunas técnicas útiles para manejarse en situaciones donde nos podemos sentir rechazados.
Amalia Muñoz (Directora y Psicóloga de Neuroespai)