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La alimentación como autodestrucción

Anorexia y Bulimia -también conocidas popularmente como Ana y Mía- son dos de los trastornos de la alimentación más conocidos, aunque no los únicos.

Hoy en día, todo el mundo sabe lo que es un trastorno de alimentación. Sabemos que provoca ansiedad, una preocupación desmesurada sobre el peso corporal y la apariencia física y que altera los hábitos alimentarios comunes.

Este tipo de conductas suelen comenzar con una preocupación excesiva por la comida y el peso. Estas preocupaciones suelen esconder sentimientos de dolor, sufrimiento, culpa, asco y desprecio hacia la vida propia o ajena, fruto de algún suceso o acontecimiento traumático sufrido habitualmente  durante la infancia o la adolescencia.Estos sentimientos pueden tener asociadas ideas distorsionadas o creencias erróneas en un intento por dar explicación a lo que causa tanto daño. La dieta, la restricción, el atracón o la purgación, funcionan entonces como mecanismo de control que sirve para poder combatir estas emociones dolorosas. Por ejemplo, si creo que una parte de mi cuerpo es desagradable, puedo dejar de comer para que desaparezca. Finalmente, lo que comienza como un proceso de expiación del sufrimiento, acaba creando un círculo de destrucción física y psicológica que se retroalimenta a sí misma.

A veces la autodestrucción puede ser pasiva, el simple hecho de descuidarse puede venir motivado por autovaloraciones negativas, por una sensación constante de inseguridad y miedo, por estrategias desadaptativas  de autoprotección, por una falta de autoestima y sentimientos de agotamiento o desesperanza. Aunque pueda parecer contradictorio, todos los seres humanos disponemos de la capacidad de la autodestrucción, pero en personas con fuerte miedo a perder el control de su vida, la destrucción puede pasar a ser una herramienta preferente. La supervivencia se vuelve dependiente de retomar el control sobre la propia vida, entonces, comer o dejar de comer se convierte en una vía de libertad y control.

Por ejemplo, si una parte de uno mismo sufre un daño o un trauma, pensar en ello puede volverse insoportable y doloroso. Cuando la experiencia del daño sufrido se retroalimenta de estos pensamientos, se magnifica y se puede pensar que si alguien o algo nos ha causado ese dolor, hay  una razón por la que despreciarse a uno mismo. Este círculo lleva a sentimientos de ansiedad, aislamiento, odio hacia uno mismo y a la creencia de que no se es capaz de controlar las emociones. Hacerse daño a uno mismo es una pulsión primitiva que significa combatir contra el descontrol emocional.

La necesidad de control sobre nuestra vida nos puede llevar a diferentes niveles de autodestrucción. Algunas personas pueden testar los límites y plantearse: ¿cuánto alcohol voy a ser capaz de beber esta noche?, ¿Podré tomar más drogas que ayer?, ¿cuál es la velocidad máxima a la que puedo conducir sin perder el control? Por algún  momento, estas conductas (aunque no resuelven nuestros problemas) aumentan la sensación de control y esta tiene un efecto anestésico, nos evade de los conflictos, el estrés y el miedo, a la vez que nos provocan una adicción a la propia autodestrucción.

Además muchas veces vienen acompañados de dificultades para reconocerse a uno mismo, lo que llamamos trastornos de la identidad. La pregunta más difícil es: ¿Quién soy yo? Y ¿qué me lleva a hacer esto? La respuesta es irreconocible: Yo soy el/la artífice y cuidador de mi autodestrucción. 

La autodestrucción incita a juzgar el yo como algo negativo, repugnante, no estimable y carente de sentido para vivir, todo porque el niño herido que llevamos dentro tiene miedo a ser el auténtico, de expresar los pensamientos y sentimientos auténticos.

La buena noticia es que el ser humano es capaz de crear lo peor  y lo mejor de sí mismo. Ser conscientes de lo que nos destruye nos ayuda a saber qué hacer para sentirnos bien.

En nuestra lucha contra la autodestrucción, empecemos por:

  • Educar a los niños a tener comportamientos saludables, especialmente sobre la alimentación y el ejercicio.
  • Enseñar y aceptar el propio cuerpo y rechazar los estereotipos que inventan los medios de comunicación, para así mejorar y construir una autoestima fuerte.
  • Comunicarse con los niños desde la comprensión y el desarrollo personal, sin presiones y evitando críticas o juicios negativos.
  • Favorecer la independencia de los niños, supervisando pero sin un control excesivo.
  • Aprender y comprender la anatomía y la función de la alimentación como base de una necesidad básica del ser humano.
  • Informarse sobre los hábitos alimentarios y enseñar a los niños.
  • Nunca realizar dietas sin supervisión médica.
  • Compartir las comidas con la familia. Establecer horarios y comer sin prisas. No saltarse comidas ni castigar a los niños con no comer.

 

Y como siempre, si tenéis dudas, hay muchos profesionales que os pueden guiar y ayudar! Gracias por leernos en Neuroespai.

Amalia Muñoz (Psicóloga Neuroespai)