¿Quién no ha discutido alguna vez con sus padres, sus hermanos, sus hijos, su marido o su mujer? seguramente nadie podrá afirmar lo contrario, y es que bendita familia!
El conflicto forma parte de la convivencia entre las personas, que no existan conflictos es algo imposible ademas de contraproducente, puesto que bien gestionado, nos permite crecer y desarrollar nuevas y mejores maneras de relacionarnos.
El problema aparece cuando estos conflictos no se resuelven adecuadamente y producen mucho malestar entre sus integrantes, ya que éstos sufren no sólo por ellos mismos, sino por las personas a las que quieren. La cercanía y la continuidad de las relaciones familiares hacen más intensos los conflictos que se generan en la familia.
Existen numerosos desencadenantes conflictivos: desacuerdos en la convivencia en pareja, las diferencias educativas con los hijos, proyectos laborales no conseguidos o perdidos, celos entre los hermanos, etc. Todos ellos relacionados con el ciclo vital familiar, de hecho muchos de los conflictos surgen en los momentos de tránsito de una etapa a otra de dicho ciclo.
Todos ellos se generan, principalmente, debido a las discrepancias entre la realidad y lo que cada uno percibe como real. La causa de tal discrepancia es debida a la manera en que percibimos y damos sentido al mundo, es un proceso totalmente subjetivo, basado en nuestras propias creencias, experiencias pasadas, valores, ideas y prejuicios. De este modo la aparición de los conflictos interpersonales es inmediato.
Cuando el conflicto se genera, bien sea con nuestra pareja, hijo o padres, llega un punto en el que una de las partes o ambas, evita seguir hablando. Es entonces cuando la comunicación se ve mermada, nuestras actitudes tienden a extremarse y nos sentimos dañados. Esto es debido a que en otras ocasiones se ha intentado gestionar el conflicto y ha sido catastrófico, por lo que se opta por la vía de la “evitación”, creyendo que si no se hablan las cosas, éstas desaparecen como por arte de magia. No obstante, la realidad es otra, el conflicto queda en el aire y no solo no se arregla nada, si no que genera mayor impotencia y decepción entre los protagonistas del aprieto.
DIRIGIDO HACIA EL OTRO | DIRIGIDO HACIA UNO MISMO |
Me has decepcionado (tu) | Estoy decepcionada (yo) |
No me escuchas | No me siento escuchada |
Me tienes harta | Me cuesta entenderte |
En la columna de la izquierda se responsabiliza a otro de lo que nos pasa. En la columna de la derecha simplemente se habla de cómo estamos. Esta segunda opción es más fácil e interesante, ya que hablando tranquilamente de lo que nos pasa, de cómo estamos, sin culpabilizar al otro por ello, la otra persona nos comprenderá perfectamente.
Prueba a cambiar “eres” por “haces” o “dices”. Prueba a decir “yo” o nosotros” en vez de “tú”.
Prueba a decir “a veces” en vez de “siempre”. Prueba a proponer un cambio: “Me gustaría que…”
*Si cambiamos el lenguaje podemos cambiar el escenario de la discusión y, tal vez, el resultado.
A todo esto se le llama COMUNICACIÓN ASERTIVA.
La posibilidad de “discutir” entre los familiares está a la orden del día, a veces no se trata de saber el remedio, sino de cómo buscarlo. Y en este caso las salidas son las que descubráis juntos, no las que nadie os diga, os recomiende u os imponga. Es más fácil de lo que parece. Sólo hay que querer.
A continuación os dejo algunas técnicas efectivas y al alcance de todos, son las siguientes:
ESCUCHAR de forma activa para poder empatizar con el interlocutor (quien nos habla). Para ello es importante mirar a los ojos del otro, asentir con la cabeza, expresar nuestras emociones, etc.
A veces en nuestras conversaciones familiares parece que nos peleamos por hablar. Da la impresión de que para tomar la palabra, hay que interrumpir a quien la tiene. Haciendo esto estamos dando más importancia a lo que nosotros queremos decir que a escuchar a la otra parte. Y ambas cosas son necesarias e importantes, saber escuchar y expresarnos.
Clarificar es preguntar sobre lo que escuchamos. Demuestra nuestro interés y nos permite entender un poco más lo que nos están diciendo: ¿Qué quieres decir? ¿A qué te refieres? ¿Explícame más?
Parafrasear es repetir con nuestras propias palabras lo que el otro dijo. Confirmamos así que estamos comprendiendo: Lo que quieres decir es que… A ver si lo he entendido bien, ¿dices que…?
Resumir nos asegura que nos estamos entendiendo, sobre todo después de que ha dicho unas cuantas cosas: Lo que me has dicho es que… has hablado de tres cosas. Una…
*Podemos evitar situaciones indeseadas si, antes de contestar, nos aseguramos de haber entendido lo que el otro ha dicho o ha querido decir.
HABLAR en primera persona en vez de echar la culpa al otro. Haciendo lo contrario provocamos que la otra persona se defienda y contraataque. Además cuando utilizamos la descalificación, la crítica destructiva, los mensajes dobles o incongruentes, es más difícil solucionar los problemas. Las quejas, las críticas, los sarcasmos, el tono agrio no facilitan las cosas. De este modo podemos probar a expresar los sentimientos negativos de forma directa.
EMPATIZAR no es fácil. No se pueden separar el enfado del afecto porque van dados de la mano. Muy a menudo pasa que nos enfadamos con más intensidad con las personas que tenemos cerca o queremos más. ¿Has probado a abrazar a tu hijo cuando tiene una rabieta? ¿O a tú pareja?
Es el afecto lo que te permite ir más allá de la expresión de su enfado, de sus emociones. ¿Qué le debe estar pasando para ponerse así? Si entiendes esto, puedes decir cosas como las siguientes: Debes estar muy cansada/o. Lo que estás haciendo parece muy difícil. Sé que lo estás pasando mal. ¿Puedes hacerlo? Sólo puedes si has sido capaz de ponerte en el lugar del otro y de sentir como él o ella siente.
COLABORAR. A menudo tenemos la sensación ante esa discusión o ese problema familiar de que no hay nada que hacer, es como un “callejón sin salida”, no obstante si que la hay: cooperar. Pero nos empeñamos en competir porque nuestras emociones no nos permiten considerar otras opciones o simplemente porque colaborar parece más difícil. Pensamos que hay que ganar al otro, quedar por encima, tener la razón, conseguir que se rinda, que reconozca sus errores… cuando todo esto lo único que hace es intensificar el malestar
Se trata de buscar la mejor salida para todos, pensando en las necesidades de todas las partes. Y eso no lo puede hacer uno solo. De ahí la colaboración.
POSITIVIZAR. La mayoría de las veces el enfado tiene más que ver con lo que nosotros mismos pensamos que con lo que hace el otro o realmente ha hecho. Creemos que adivinamos las intenciones de los demás, siempre con una connotación negativa, y nos sentimos mal por ello: “Seguro que esto lo hace para demostrarme que ya no me quiere”. “Ya verás como ahora no me obedece”.Cuando entramos en conflicto con otros, nuestro pensamiento fluye a toda velocidad, sin control, buscando signos negativos que confirmen nuestro malestar. Hacer esto potencia más el malestar y la duración del conflicto. Y es que a veces la cabeza no nos ayuda! Prueba a decirle que se detenga: STOP. Intenta buscar otra manera de ver las cosas y que la rabia y el odio del momento no te empañe la razón.
No se trata de justificar lo que el otro hace ni de negar el efecto que nos produce. Se trata de no añadir malestar con nuestro pensamiento y, si es posible, de ver las cosas un poco mejor. Seguramente, eso nos permitirá situarnos de otra manera a la hora de abordar lo que está pasando.
CAMBIAR EL ESCENARIO. Cuando nuestras emociones negativas son tan intensas que ya no estamos seguros de poder controlarlas o no disponemos del tiempo suficiente, es bueno poder cambiar el lugar o el momento de la conversación, pues favorece que ésta sea más efectiva. Eso no quiere decir evitarla: “Si te parece hablamos cuando se acuesten los niños”. “Quiero hablar contigo, pero hoy no.. mañana”.
También se puede recurrir a ignorar el mal humor de la otra persona y atender a lo que realmente necesita o siente: “Debes estar pasándolo muy mal para hablarme así”. O simplemente, pensar o hacer otra cosa: “Entiendo que tengas que llorar. Voy a leer un libro hasta que se te pase la rabieta (con un niño)”
OS INVITO A:
Aplicad lo que habéis aprendido sobre escuchar y hablar. ¿Qué quiere? ¿Qué quiero? ¿Cómo nos sentimos?
Identificad las necesidades de cada uno y hablad de ellas. ¿Qué necesito? ¿Qué necesita? ¿Por qué y para qué?
Identificad intereses y necesidades comunes. ¿En qué coincidimos? ¿Cuál es el objetivo común?
Dejad correr la imaginación. Pensad en todas las opciones de solución que se os ocurran.
¿Cómo podríamos…? Elegid las que os sirvan para salir adelante.
Construid un acuerdo, un compromiso. Escribidlo si es necesario.
Felicitaos por haberlo conseguido.
Recordad: En un conflicto familiar no hay ganadores ni perdedores. O todos ganan o todos pierden.
Natalia Cazorla (Psicóloga Infanto-Juvenil)